1 de diciembre de 2025
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Ucrania evacua civiles en Zaporizhzhia ante avance ruso

El motor de la furgoneta de evacuacion retumba por las calles silenciosas de Huliaipole, avanzando por una avenida que hasta hace poco fue el eje de una ciudad viva y hoy muestra fachadas derruidas y vehiculos cubiertos de polvo y metralla. Los escombros son testigos de un lugar que antes albergo a cerca de 15.000 personas y donde ahora apenas quedan unos quinientos. Es el ultimo reducto civil frente al avance militar en la region de Zaporizhzhia, Ucrania.

La rutina del dia consiste en meter lo que se puede en un par de bolsas viejas, cerrar con resignacion la puerta de una casa en ruinas y dejarse guiar, apoyada en el brazo de un policia, hasta una furgoneta blindada. Asi parte Kateryna Ischenko, de setenta y ocho anos, encorvada y con una esperanza persistente.

-Dicen que los rusos avanzan por Uspenivka y por aqui cerca -comenta a un oficial-. Pero no sabemos que significa exactamente. Solo escuchamos los disparos; cada vez estan mas cerca.

Unos kilometros mas adelante, la carretera exhibe las secuelas del combate: vehiculos destruidos volcados como animales muertos y algun gato atrapado que maulla confundido. Desde la ventana, Ischenko mantiene la conviccion de que el destino de su pueblo aun puede cambiar.

-Creo en la victoria; que Dios nos de paz -murmura-. Vamos a resistir; Huliaipole es fuerte.

En la penumbra de otra vivienda, Polina Plyushchii, de ochenta y cuatro anos, con gestos cansados y los ojos llenos de lagrimas, intenta aceptar que marcharse significa sobrevivir. Llora mientras la ayudan a salir; afuera, drones emiten un zumbido agudo que presagia peligro. Recuerda la ultima vez que se atrevio a pisar el patio.

-Da miedo, estan bombardeando. Esta manana escuche un dron y luego exploto, sono muy fuerte -relata-. Por eso decidio irse? -pregunta alguien-. Si… no puedes ni salir al jardin. Estas en tu casa y ni siquiera puedes caminar en tu propio patio.

La ciudad, aferrada a la memoria, se va vaciando mientras la poblacion huye. Las estatuas, como la de Nestor Majno, permanecen protegidas con sacos de arena en un intento por preservar lo intangible: la dignidad y la historia. Entre los pocos que quedan, algunos circulan en bicicleta por calles destrozadas y cruzan miradas con los vecinos, como gesto para afrontar la soledad.

La misma escena se repite en las localidades cercanas. Muy cerca, Zhanna Puzanova y su madre, de ochenta y ocho anos, suben a otro convoy. Ninguna tiene fuerza para discursos; su testimonio es la relacion de la escasez.

-Nos quedamos un tiempo en la aldea, pero ya no hay de donde sacar fuerzas. Mi madre ha perdido salud; no hay donde comprar medicamentos, no hay agua… asi no se puede vivir mas.

Policias y voluntarios, como Ihor Pilipushko, de treinta y ocho anos y miembro de la organizacion Patrol Chaplain, conocen bien el peligro inminente. Su mayor temor no son la metralla ni las bombas convencionales, sino los drones FPV (de vision en primera persona), que se mueven de forma rapida e impredecible.

-Los FPV… esos son los peores. No hay defensa posible -afirma-, mientras el estruendo de una explosion cercana interrumpe la explicacion.

Dentro de las furgonetas, una decena de personas mayores respira con sobresaltos al ritmo de las detonaciones. En la jornada se rescatan veintidos vecinos: una cifra pequena en comparacion con las evacuaciones masivas de los ultimos meses. De fondo, los partes militares reducen la tragedia a numeros.

El jefe del Estado Mayor de Ucrania, Oleksandr Sirski, lo resume con frialdad: las fuerzas rusas han tomado tres localidades en Zaporizhzhia, obligando a las ucranianas a retirarse de cinco pueblos. Batallas extenuantes, perdidas considerables y retrocesos para evitar mas bajas. Cada metro ganado, segun Sirski, cuesta a Rusia muchas vidas, pero el terreno arrasado cambia de manos y las vias de escape se estrechan.

Las causas del repliegue -la destruccion de fortificaciones, la intensificacion de los ataques y la vulneracion de los refugios- apenas consuelan a quienes se marchan. La situacion, dicen, se ha deteriorado tambien en lugares como Kupiansk o Pokrovsk, donde los combates no distinguen entre defensa y huida.

En Huliaipole ya no quedan ninos. El silencio lo rompen las sirenas, los motores y los fragmentos de vida que los voluntarios intentan rescatar del olvido. La ultima batalla de la ciudad no es solo militar: es la insistente voluntad de sus habitantes por sobrevivir hasta que regrese la paz.

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