La memoria oficial tiende a excluir a quienes intentaron transformarla. En epocas idealizadas se hablo de revoluciones inevitables; lo que vino despues fue gestion: papeleo, vigilancia y reintegracion institucional. Una generacion de sonadores, al descubrir que la rebelion tenia fecha de caducidad, fue absorbida de nuevo por las estructuras que habia cuestionado.
Thomas Pynchon fue precoz en narrar esa desilusion en Estados Unidos. Vineland (1990) funciona menos como una cronica historica que como un examen forense de la contracultura: una California imaginada como refugio poblada por supervivientes de los anos sesenta que se han convertido en reliquias de la era Reagan. El escenario nublado y septentrional recoge a antiguos radicales que son sombras de si mismos: olvidados por el mundo y a su vez olvidados por el.
La novela evita la lagrima facil: sus personajes no son martires ni tragedias clasicas. Persisten como recuerdos incompletos. Prairie, la joven protagonista, no busca resucitar un movimiento sino entender a su madre, Frenesi. Esa indagacion actua como diagnostico: Frenesi, antes cineasta y figura combativa, termina cooperando con autoridades federales. La traicion aparece menos como corrupcion ideologica que como adaptacion a una nacion que archiva y neutraliza la rebelion.
La reaparicion de un agente federal y ex amante de Frenesi funciona como recordatorio de que el Estado dificilmente olvida sus conflictos. El encarna la disciplina y la violencia institucional: su persecucion tardia sugiere un pais donde las instituciones reclaman relatos privados, como si la memoria fuera un documento clasificado.
El otro eje de la novela, Zoyd Wheeler -padre de Prairie-, representa los restos de una generacion que evade la adultez. A diferencia de Frenesi, no se adapto: flota entre cheques de asistencia, trucos para mantener la ayuda estatal y una falta de direccion que lo muestran como un eco confuso de una era que confundio libertad con estancamiento. En Vineland los sesenta sobreviven en residuos: lemas a medias, cintas de vigilancia, personas que se esconden no por peligro sino por miedo a la normalidad.
Paul Thomas Anderson explora el mismo terreno desde otra optica. Una batalla tras otra no es una version literal de la novela; no reconstituye trama ni personajes palabra por palabra. Anderson trata la obra como una excavacion: algo enterrado bajo la Norteamerica contemporanea cuya presion llega al presente. Si Vineland lamenta la disolucion de la accion colectiva, la pelicula muestra como esos restos se vuelven asuntos personales.
El protagonista -interpretado con intensidad por Leonardo DiCaprio- es otro exradical que regresa al conflicto no por ideologia sino por necesidad: la desaparicion de su hija. La investigacion privada deriva en un enfrentamiento con los mismos sistemas de control y vigilancia que marcaron la segunda mitad del siglo XX. Anderson convierte la paranoia en pulso narrativo: persecuciones en el desierto, reuniones clandestinas y grupos armados que parecen hibridos entre fuerzas oficiales y milicias.
A pesar de las diferencias de medio y ritmo, ambas obras comparten una obsesion por la vida despues de la resistencia. Comparten la idea inquietante de que los anos sesenta no acabaron con un climax liberador sino que se disolvieron, dejando un residuo emocional que se infiltra en familias, barrios y archivos estatales. Las luchas se desplazaron hacia lo intimo, hacia lo digital y hacia la memoria privada.
En la pelicula los antiguos radicales ya no se agrupan en comunas sino que estan dispersos por un pais que no los reconoce. Cada personaje convive con una version fantasmal de si mismo: el idealista del pasado y el ciudadano del presente. El relato se centra en la relacion entre un padre y su hija, cargada de secretos, compromisos ideologicos y traumas heredados: la militancia que definio al padre ahora pone en peligro a quien mas quiere. Asi, Anderson rastrea el fracaso del idealismo a traves de los lazos familiares; la hija encarna una historia incompleta cuya ausencia acusa al progenitor.
Que ambas obras parezcan contemporaneas, pese al desfase temporal, se debe a su tratamiento de la historia como patron ciclico mas que como sucesion lineal. En Vineland el pasado se acumula como niebla: omnipresente e ineludible; el Estado conserva registros, los recuerdos quedan en cintas y fotografias. La pelicula dramatiza ese retorno: la historia irrumpe en el presente y los supervivientes mantienen los ideales en formas mas silenciosas -dignidad, resistencia a olvidar y la responsabilidad de transmitir-, asi como en nuevas causas, por ejemplo la defensa de migrantes.
Los antiguos radicales de Pynchon se alejan de sus causas no por falta de conviccion, sino porque el peso de esas creencias ha deformado sus cuerpos, vinculos y movilidad. Frenesi evoluciona hasta volverse desconocida para su yo joven; Zoyd, en cambio, se petrifica: repite rituales sin su sustancia, como un gesto nostalgico para un publico ausente.
Anderson convierte ese malestar generacional en crisis intima. El viaje de su protagonista no es un simple regreso a la militancia, sino la confrontacion con la parte de si que sacrifico en nombre de la supervivencia. La desaparicion de la hija le obliga a medir la distancia entre quien fue y quien es, y la pelicula plantea que las causas requieren herederos, no solo testigos.
La diferencia mas visible entre Una batalla tras otra y Vineland esta en la forma del enemigo. En la novela el poder esta despersonalizado: burocratico y tecnocratico, manifestado en archivos y oficinas. En la pelicula el antagonista toma forma corporal: grupos paramilitares con estetica subcultural, entidades hibridas que parecen a la vez contratistas gubernamentales y milicias, con uniformes improvisados y una presencia fisica que vuelve la amenaza inmediata.
Un acierto destacable de Anderson es la reimaginacion de una logia secreta -con ecos de organizaciones racistas historicas- compuesta por elites empresariales excluyentes. La forma en que esa agrupacion rechaza a un aspirante resulta perturbadora y remite, deliberada o no, a fenomenos contemporaneos de radicalizacion y exclusion.
Anderson toma la novela de Pynchon y, sin desnaturalizarla, la actualiza: rescata su nucleo y lo pone en dialogo con el presente, mostrando que puede decir hoy una obra escrita en 1990.
[Fotos: Warner Bros Pictures]


