(Desde Hawái).— En el extremo sur de la Isla Grande de Hawái se encuentra un entorno muy distinto al resto del archipiélago. No hay palmeras inclinadas ni hoteles a la vista, y tampoco chiringuitos, baños públicos ni salvavidas. Lo que sí existe es una playa singular: Papakōlea Green Sand Beach, una caleta escondida cuya arena adquiere un tono verde oliva por la presencia de olivino, un mineral volcánico que aquí se concentra de forma poco común en el mundo.
El acceso no es sencillo, y esa dificultad forma parte de la experiencia. El punto de partida es un estacionamiento cercano a South Point, desde donde parte un sendero árido que corre paralelo al océano. Son alrededor de 4,66 kilómetros (2,9 millas), lo que suele tomar aproximadamente una hora a pie por terreno seco, ondulado y con zonas erosionadas: un corredor esculpido por años de viento, tierra suelta y antiguas coladas de lava. A ambos lados se abren barrancos y caminos sin señalización. No hay sombra, no hay servicios y no hay agua; por tanto, la caminata exige preparación básica: protector solar, gorra, suficiente agua y calzado adecuado.
Quienes prefieren evitar la caminata pueden contratar a conductores locales que, por USD 20, realizan el trayecto en camionetas 4×4. El traslado es breve, pero solo se recomienda para quienes aceptan un recorrido irregular y con huellas profundas marcadas por el viento y otros vehículos.
La llegada a un anfiteatro natural
Tras casi una hora de marcha, el paisaje cambia drásticamente. Se abre frente al océano una gran formación geológica: desde lo alto, Green Sand Beach aparece como una bahía resguardada por un cráter erosionado del antiguo volcán Puʻu Mahana, cuyo colapso dejó expuestos sedimentos ricos en olivino. Este mineral —semiprecioso, brillante y de tonos verdes y dorados— es la razón del color de la arena. No es pintura ni ilusión: es el resultado de procesos geológicos.
Una escalera metálica improvisada facilita el descenso a la playa. En la arena se aprecia una textura particular: granos pesados que, al tomarlos, parecen pequeñas piedras preciosas y relucen bajo el sol. El agua, de un azul profundo, contrasta con el verde del suelo y el marrón oscuro del acantilado.
Papakōlea no es una playa para pasar todo el día; lo habitual es permanecer un par de horas, descansar, observar y regresar antes de que caiga el sol. El viento es constante y el oleaje puede ser vigoroso. No hay guardavidas, no hay infraestructura y la señal telefónica es inestable o inexistente. Es un lugar de naturaleza en estado puro.
Un recurso que no se regenera
La arena verde no debe ser removida del sitio. Más que una norma, es una advertencia científica: el olivino es denso y pesado, y aunque el cráter aporta pequeñas cantidades del mineral, la erosión marina lo desgasta más rápido de lo que puede reponerse. Cada puñado que falta acelera la pérdida de un recurso que no se regenerará en miles de años. Si los visitantes no respetan esta regla, Papakōlea podría cambiar permanentemente.
Cómo llegar y cómo planificar la visita
Situada más al sur que Punaluʻu Black Sand Beach, la famosa playa de arena negra de la Isla Grande, Papakōlea Green Sand Beach está en uno de los puntos más remotos del distrito de Kaʻū. Desde Punaluʻu, el trayecto en auto dura aproximadamente 40 minutos siguiendo la Highway 11 hacia el sur hasta tomar South Point Road, la entrada hacia el sendero que conduce al estacionamiento.
Es un tramo solitario, bordeado por antiguas coladas de lava y llanuras abiertas, que anticipa la sensación de aislamiento que domina el entorno de Papakōlea. A diferencia de Punaluʻu, más accesible y concurrida, la Playa Verde exige dejar la ruta pavimentada y adentrarse en un paisaje donde la geología es la protagonista.
Consejos finales
Llevar agua: no hay ningún servicio a lo largo del camino. Evitar caminar de noche: la ruta de regreso carece de iluminación y es fácil desorientarse; lo ideal es iniciar el retorno antes de las 4 p.m. Protegerse del sol: el viento puede engañar, pero la radiación es alta durante todo el día. Respetar el entorno: no dejar basura, no llevarse arena y permanecer en los senderos marcados.
Papakōlea no es solo una playa verde; es un recordatorio de que el planeta está vivo, que se transforma y que sus procesos geológicos se manifiestan a escala humana.
Por un momento, permite al visitante ser testigo directo de ese movimiento. Una experiencia que justifica cada paso del camino.


