Vivimos en una era en la que el conflicto forma parte estable del sistema global. Las disputas internacionales, la polarización política, la reconfiguración de alianzas económicas y las tensiones sobre cadenas de suministro exigen negociaciones más precisas: ya no basta con cerrar acuerdos, es necesario sostener conversaciones con legitimidad social, diplomacia económica, perspectiva multicultural y carácter duradero.
Negociar cada vez más hace que alcanzar acuerdos sea más complejo. Lo comprobé durante mi labor como Oficial de Asuntos Políticos en una misión de paz de la ONU y como jefe de la División de Relaciones Externas del Banco Interamericano de Desarrollo. Las discusiones más difíciles se resuelven cuando todas las partes pueden reconocerse en una narrativa de dignidad y beneficio mutuo, no cuando una sola parte “gana”.
Un acuerdo que no puede defenderse en la arena política, en el mercado y entre las comunidades afectadas es solo una firma sin proyección: causará perjuicios directos e indirectos y dañará la credibilidad de quienes lo promueven.
En Guatemala, como secretario ejecutivo del Acuerdo Nacional para la Reducción de la Pobreza, conduje diálogos entre el gobierno, la sociedad civil, el sector privado y la cooperación internacional en un contexto de fracturas históricas y desconfianza institucional. La mediación allí no buscaba solo armonizar discursos; consistía en priorizar asuntos nacionales, convertir tensiones en soluciones concretas y evitar que la discusión se agravara antes de transformarse en política pública.
Ese aprendizaje fue clave en mi trabajo multilateral: las disputas no siempre son sobre aranceles sino sobre miedos no resueltos, sectores ignorados y planes de futuro descoordinados.
Más adelante, en el BID, dirigí equipos de comunicación y alianzas estratégicas en la región. Los conflictos dejaron de ser bélicos para ser económicos y narrativos: infraestructura, financiamiento, comercio, migración, empleo, innovación y confianza entre bloques. Comprendí que negociar también es pedagogía pública: implica explicar, escuchar y reconocer antes de proponer. Al final, los proyectos buscan apoyar a países y ciudadanos, pero su éxito depende de procesos de negociación que produzcan resultados equilibrados.
Del liderazgo remoto a las tensiones del comercio global
Aplico la misma lógica hoy al liderar un equipo 100% remoto que coordina contenidos con colegas en Argentina, Chile, Colombia, España, Guatemala, México, Puerto Rico y Venezuela. El trabajo a distancia evidencia que detrás de cada pantalla hay culturas, sensibilidades e identidades que constantemente negocian significado, respeto y expectativas, incluso antes de los resultados concretos.
El desafío es, por tanto, humano, ético y estratégico. La resolución de conflictos del siglo XXI requiere líderes capaces de humanizar sin diluir, consensuar sin imponer y debatir sin fracturar.
Trasladado al comercio internacional, esto significa reconocer que las diferencias sobre subsidios, aranceles y cuotas reaparecen con más frecuencia. Pensemos en una disputa entre un bloque exportador con incentivos industriales estatales y una región importadora que acusa dumping y pérdida de empleo. Ese tipo de tensiones no se resuelve solo con cálculos comerciales; exige un cambio de método:
Datos compartidos primero, narrativa después: cuando no existen hechos comunes, cada país exagera amenazas para su público interno, generando miedo y expectativas políticas innecesarias.
Impactos visibles, compromisos medibles: prometer equilibrio no basta; hay que demostrar cómo se protege empleo sin destruir mercados, especialmente en periodos de crisis global.
Plazos, cuotas y condiciones dinámicas: los acuerdos más robustos incluyen cláusulas de adaptación; la negociación moderna debe prever revisiones y aperturas a nuevas conversaciones.
Multiculturalidad y legitimidad comunicacional: un acuerdo comercial debe poder explicarse en Madrid, Ciudad de México, Pekín, Abuya o Washington D.C. sin percibirse como cesión; todos los sectores deben entender y aceptar que la vía sostenible es negociar con transparencia, no imponer medidas que lesionan a los más vulnerables.
En estos años de mediación multilateral y liderazgo remoto aprendí una lección clara: el conflicto no desaparece, se administra; lo que debe evitarse es que el diálogo muera antes que el acuerdo. El mundo cambiante no necesita héroes infalibles, sino negociadores que mantengan la conversación abierta aun cuando los diagnósticos difieran.
Al final, está en juego más que comercio exterior: está el bienestar humano, la estabilidad democrática y la prosperidad compartida en un hemisferio interdependiente. En un mundo en transformación, las sociedades y empresas más influyentes serán las que sepan negociar sin destruir; lo contrario nos llevaría a un deterioro colectivo.


